jueves, enero 1

LA DOCTRINA DEL ESPÍRITU SANTO

Ministerio Jesucristo la Única Esperanza






“Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” Jn 16:8.



LA DOCTRINA DEL ESPÍRITU SANTO

Durante uno de sus viajes misioneros, el apóstol Pablo le preguntó a un grupo de «miembros» de la iglesia de Efeso (en realidad eran discípulos de Juan el Bautista) acerca de la doctrina del Espíritu Santo. Su respuesta debe haber escan­dalizado un poco a Pablo, porque contestaron: «... Ni si­quiera hemos oído si hay Espíritu Santo» (Hch. 19:2).

Si Pablo se sorprendió, seguramente el Padre y el Hijo se entristecieron al ver un ejemplo más de la ignorancia casi uni­versal acerca del ministerio de la bendita tercera persona de la Trinidad. Esta declaración por los discípulos efesios ilustra, tal vez más que cualquier otro ejemplo en la Biblia, el trata­miento triste y vergonzoso que frecuentemente se le da. Su existencia misma ha sido ignorada y su ministerio malenten­dido. Que la oración del compositor Andrew Reed sea nuestra oración al abordar nuestro estudio del Espíritu Santo:

«Espíritu Santo, con luz divina, este corazón mío ilumina; de la noche destierra sus sombras, y mi oscuridad en día transforma.»

I. La personalidad del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo de DIOS es una persona, así como el Padre y el Hijo son personas, y por lo tanto experimenta todos los elementos inmaculados propios de una personalidad divina.

A. Tiene una mente.
«Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos» (Ro.8:27).

El primer «el» en este versículo se refiere al Hijo de Dios, como se puede ver en el versículo 34 de Romanos 8, mientras que el segundo «él» (táci­to) se refiere al Espíritu Santo mismo. ¡Qué verdad fantástica tenemos aquí! el creyente disfruta del ministerio intercesor tanto del Hijo como del Espí­ritu Santo.

B. Escudriña la mente humana.
«Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» (1 Co. 2: 10).

En el versículo anterior a éste (2:9), Pablo parafrasea a Isaías 64:4 y escribe:

«Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.»

En consecuencia, algunos han concluido erró­neamente que es imposible que alguien, ni siquie­ra los redimidos, conozcan algo de lo que es el cielo.

Pero aquí en el 2: 10 se nos dice que el Espíritu Santo nos revela tales cosas.


C. Tiene una voluntad.
«Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere» (1 Co. 12:11).

Esta es una referencia a los diversos dones espirituales que el Espíritu Santo imparte a los creyentes según su determinación.

D. Prohíbe.
«Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió» (Hch. 16:6, 7).

E. Permite.
«Cuando vio la visión, en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio» (Hch. 16: 10).

Esto explica la prohibición previa.

F. Habla.
Nótese a quién le habla:

1. A Felipe en un desierto.
«Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y jún­tate a ese carro» (Hch. 8; 29).

2. A Pedro en el techo de una casa.

«Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan» (Hch. 10: 19).

3. A algunos ancianos en Antioquía. «Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado» (Hch. 13:2).

A las siete iglesias en Asia Menor (Ap. 2-3).
En no menos de siete ocasiones (una para cada iglesia) leemos las siguientes palabras:
«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias... » (Véanse Al'. 2:7, 11, 17, 29, 3:6, 13,22).

G. Ama.
«Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios» (Ro. 15:30).

Es maravilloso saber que cada creyente es ama­do por el Padre (Jn. 14:21; 16:27; 2 Co. 9:7; Ef. 2:4; 2 Ts 2:16; He. 12:6), el Hijo (Gá. 2:20; Ef. 3: 19; Ap. 1:5; 3: 19) y por el Espíritu Santo.



H. Se contrista.
«Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la reden­ción» (Ef. 4:30).

El mandamiento aquí es literalmente «dejen de entristecer al Espíritu Santo de Dios». Ya lo esta­ban haciendo. (Para más detalles acerca de la natu­raleza de este dolor, véase Al" 2:4.) En realidad este atributo del Espíritu Santo es una extensión de su amor, porque mientras nuestros enemigos pue­den provocar nuestro enojo, Él sólo se contrista por los que ama.

I. Ora.
«Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos in­decibles» (Ro. 8:26)

En los momentos difíciles de nuestra vida, cómo nos consuela saber que se está orando por noso­tros, tal vez miembros de la familia o algún pastor piadoso, pero cuán mayor bendición es darse cuenta de que el Espíritu Santo de Dios ofrece oración ferviente y eficaz por nosotros.

En el Nuevo Testamento sólo hay unos 261 pasajes que se refieren al Espíritu Santo. Se lo menciona cincuenta y seis veces en los evangelios, cincuenta y siete en el libro de los Hechos, ciento doce en las epístolas paulinas, y treinta y seis en el resto del Nuevo Testamento.

II. La deidad del Espíritu Santo.

A. Es omnipresente.
« ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?» (Sal. 139:7).

En este Salmo, David concluyó que le era im­posible escapar del Espíritu de Dios, aunque as­cendiese a las alturas, descendiese a las profundidades, viajase por el mar o se rodease de oscuridad.

B. Es omnisciente.
«Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hom­bres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co. 2:10,11).

C. Es omnipotente.
«Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas» (Gn. 1:2).

D. Es eterno.
« ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual me­diante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras concien­cias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?» (He. 9:14).
E. Es llamado Dios.
«Y dijo Pedro: Ananías, ¿porqué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses el precio de la heredad? Retenién­dola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por1tüé pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios» (Hch. 5:3,4).

Se lo iguala al Padre y al Hijo. Aunque el Espíritu Santo ocupa un lugar de sumisión en la Trinidad, sin embargo no se queda atrás ni un poquito en los atributos del Padre o del Hijo. Se demuestra su igualdad perfecta con el Padre y el Hijo en los siguientes ejemplos del Nuevo Testamento:

1. En la experiencia bautismal de Cristo.
«Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo compla­cencia» (Mí. 3:16, 17).

2. En la tentación de Cristo.
«Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Entonces el diablo le lleva a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres el Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces tu pie en piedra. Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios» (Mi. 4:1-7).

3. En la declaración de Jesús en el aposento alto.
«Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Conso­lador, para que esté con vosotros para siem­pre» (Jn. 14: 16).
«Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo yo os he dicho» (In. 14:26).

«Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí» (Jn.15:26).

4. En las declaraciones de Pablo.
«Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre» (Ef. 2:18).

«La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén» (2 Co. 13: 14).

«Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne» (Ro. 8:2,3).
5. En las declaraciones de Pedro.
«Elegidos según la presencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas» (1 P. 1:2).

«Si sois vituperados por el nombre de Cristo; sois bienaventurados; porque el glo­rioso Espíritu de Dios reposa sobre voso­tros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorifica­do» (1 P. 4: 14).

6. En las declaraciones del libro de los Hechos.
«Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que voso­tros veis y oís» (Hch. 2:33).

7. En la declaración de Jesús en el Monte de Olivos.

«Por tanto, id, y hace discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; ense­ñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con voso­tros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mt. 28:19,20).

III. Los nombres y títulos del Espíritu Santo.
Con fre­cuencia se puede aprender mucho acerca de alguien en las Escrituras por el mero estudio de los nombres y títulos dados a esa persona. Algo así sucede con el Espíritu Santo. Los trece títulos que se le atribuyen reflejan su verdadera naturaleza. Se lo llama:

A. El Espíritu de Dios.
« ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1 Co. 3: 16).

B. El Espíritu de Cristo.
«Mas vosotros no vivís según la carne, sino segl1n el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espí­ritu de Cristo, no es de él» (Ro. 8:9).

C. El Espíritu eterno.
« ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual me­diante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras concien­cias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?» (He. 9:14).

D. El Espíritu de verdad.
. «Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. (Jn. 16:13).

E. El Espíritu de gracia.
« ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gra­cia?» (He. 10:29).


F. El Espíritu de gloria.
«Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espí­ritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamen­te de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado» (1 P.4:14).

G. El Espíritu de vida.
«Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte» (Ro. 8:2).

H. El Espíritu de sabiduría y revelación.
«Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él» (Ef. 1:17).

I. El Consolador.
«Mas el Consolador, El Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre. Él os enseñará todas las cosas. Y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn. 14:26).

J. El Espíritu de promesa.
«Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas voso­tros seréis bautizados con el Espíritu Santo den­tro de no muchos días» (Hch. 1:4,5).

K. El Espíritu de adopción.
«Pues no habéis recibido el espíritu de esclavi­tud para estar otra vez en temor, sino que ha­béis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!» (Ro. 8: 15).

L. El Espíritu de santidad.
«Que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrec­ción de entre los muertos» (Ro. 1:4).

M. El Espíritu de fe.
«Pero teniendo el mismo espíritu de fe, confor­me a lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos» (2 Co. 4:13).

IV. Los emblemas del Espíritu Santo.
Igual que los trece nombres y títulos, los seis emblemas usados para designarlo arrojan luz sobre su naturaleza y su misión.

A. La paloma:
Indica pureza, paz y modestia.
(También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él» (Jn. 1:32).

«Mas una es la paloma mía, la perfecta mía; es la única de su madre, la escogida de la que le dio a luz, La vieron las doncellas, y la llamaron bienaventurada las reinas y las concubinas, y la alabaron» (Cnt. 6:9).

«Y dije: ¡Quién me diese alas, como de paloma! Volaría yo, y descansaría» (Sal. 55:6).
«Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados parajes, muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto» (Cnt. 2: 14).

B. Agua:
Indica vida y purificación.
«Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y los ríos sobre la tierra árida: mi Espíritu de­rramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos» (Is. 44:3).

«En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene se4, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir lo que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado» (Jn. 7:37­39).

C. Aceite:
Indica luz, sanidad y ungimiento para el servicio.

«El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebranta­dos de corazón; y pregonar libertad a los cauti­vos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos» (Lc. 4:18).

«Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch. 10:38).

«Has amado la justicia, y aborrecido la mal­dad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros» (He. 1:9).

"Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas» (1 Jn. 2:20).

D. Sello:
Indica propiedad, una transacción termina­da, identificación, seguridad, autenticidad, valor, autoridad.

«En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados
" con el Espíritu Santo de la promesa» (Ef. 1: 13). «Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención» (Ef. 4:30).
«El cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazo­nes» (2 Co. 1:22).

Hay tres ocasiones importantes en la Biblia cuando se emplea un sello:

1. Darío usó un sello cuando echó a Daniel en el foso de los leones.

«Entonces el rey mandó, y trajeron a Daniel, y le echaron en el foso de los leones. Y el dijo a Daniel: El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre. Y fe traída una piedra y puesta sobre la puerta del foso, la cual selló el rey con su anillo, con el anillo de sus príncipes, para que el acuer­do acerca de Daniel no se alterase» (Dn. 6:16).

2. Asuero empleó un sello (siguiendo el consejo del malvado Amán) para planear la matanza general de los judíos persas.

«Y dijo Amán al rey Asuero: Hay un pueblo esparcido y distribuido entre los pueblos en todas las provincias de tu reino, y sus leyes son diferentes de las de todo pueblo, y no guardan las leyes del rey, y al rey nada le beneficia el dejarlos vivir. Si place al rey, decrete que sean destruidos; y yo pesare diez mil talentos de plata a los que manejan la hacienda, para que sean traídos a los teso­ros del rey. Entonces el rey quitó el anillo de su mano, y lo dio a Amán hijo de Hamedata agagueo, enemigo de los judíos, y le dijo:

La plata que ofreces sea para ti, y asimismo el pueblo, para que hagas de él lo que bien te pareciere. Entonces fueron llamados los es­cribas del rey en el mes primero, al día trece del mismo, y fue escrito conforme a todo lo que mandó Amán, a los sátrapas del rey, a los capitanes que estaban sobre cada provincia y los príncipes de cada pueblo, a cada provincia según su escritura, y a cada pueblo según su lengua; en nombre del rey Asuero fue escrito, y sellado con el anillo del rey» (Est. 3:8-12).

3. Pilato hizo sellar la tumba de Jesús. «Entonces ellos fueron y aseguraron el se­pulcro, sellando la piedra y poniendo la guar­dia» (Mt. 27:66).

E. Viento:
Indica poder invisible.
«El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu» (Jn.3:8).

«Cuando llegó el día de Pentecostés, esta­ban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como el de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados» (Hch. 2:1.2).

Fuego: indica presencia, aprobación, protección, purificación, don, juicio.

1. La presencia del Señor.

«Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía» (Ex. 3:2).

2. La aprobación del Señor.
«Y salió fuego de delante de Jehová, y con­sumió el holocausto con las grosuras sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros» (Lv. 9:24).




3. La protección del Señor.
«Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el cami­no, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de noche» (Ex. 13:21).

4. La purificación del Señor.
En el año que murió el rey Usías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos: toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba. Y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene la­bios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí. Envíame a mí» (Is. 6:1-8).

5. El don del Señor.
«Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos» (Hch. 2:3).

6. El juicio del Señor.
«Porque nuestro Dios es fuego consumidor» (He. 12:29).

7. Las arras:
Indica los primeros frutos, una fianza, una señal, una garantía del pago completo final; «El cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones» (2 Co. 1:22).

«Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu» (2 Co. 5:5).

«Que es las arras de nuestra herencia: hasta la redención de la posesión adquirida, para ala­banza de su gloria» (Ef. 1:14).

Los diversos ministerios del Espíritu Santo. Muchos creen equivocadamente que el Espíritu Santo vino a la tierra por primera vez en Pentecostés, relatado en He­chos 2. Esto no es cierto. La Palabra de Dios asig­na no menos de once grandes ministerios del Espíritu, y los primero tres se llevaron a cabo en la época del Antiguo Testamento. Los once ministerios son:

Uno: su ministerio con el universo.
Dos: su ministerio con las Escrituras. Tres: su ministerio con la nación de Israel. Cuatro: su ministerio con el diablo.
Cinco: su ministerio con el Salvador.
Seis: su ministerio con el pecador.
Siete: su ministerio con la Iglesia.
Ocho: su ministerio e I de Pentecostés.
Nueve: su ministerio con el creyente.
Diez: su ministerio en cuanto a los dones espiri­tuales.
Once: su ministerio en cuanto al fruto de Cristo.
­Ahora consideraremos brevemente a cada uno por separado.

A. Su ministerio con el universo.
Según David, el Padre creó todas las cosas.
«Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Sal. 19:1).

Sin embargo, Juan declara que el Hijo lo hizo. «Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hom­bres» (Jn. 1:3,4).

Por último, en otros pasajes se dice que el Espí­ritu Santo realizó el acto inicial de la creación. ¿Qué hemos de creer? Por supuesto que la respuesta es que las' tres personas de la Trinidad participaron. Como ilustración, consideremos a un ejecutivo im­portante que decide construir una casa grande y costosa. Emplea a un arquitecto para diseñar los planos necesarios para la casa. El arquitecto consi­gue un constructor competente para seguir los pla­nos. En esta ilustración el ejecutivo es el Padre, el arquitecto es el Hijo y el constructor es el Espíritu Santo, de modo que los siguientes versículos se refieren a la obra de este Constructor divino.

«Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra» (Sal. 104:30).

«Su espíritu adornó los cielos; su mano creó la serpiente tortuosa» (Job 26:13). .
«El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida» (Job 33:4).

«Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas» (Gn. 1:2).

Se ha sugerido que la palabra hebrea (aquí traducida por «movía») se refiere al suave movi­miento de una paloma que abriga su nido, dándole el calor del cuerpo a los huevos hasta que salen los polluelos.

B. Su ministerio con las Escrituras.
En resumen, el Espíritu Santo es el autor de la Palabra de Dios. Además, ha escogido tres métodos básicos en la preparación y recepción de su manuscrito divino, la Biblia. Los «pasos del Espíritu» son los siguientes:

Revelación: el proceso por el cual el Espíritu Santo impartió a los cuarenta escritores humanos de la Biblia el mensaje que quería que transmitiesen.

Inspiración: el proceso por el cual el Espíritu Santo guió la pluma misma de esos cuarenta escri­tores para que el mensaje verbal se transcribiese: correctamente.

Iluminación: el proceso por el cual el Espíritu Santo toma la palabra escrita cuando se predica o se lee e ilumina los oídos humanos que la escu­chan.

Los siguientes pasajes confirman todo esto.

1. El Espíritu Santo es el autor del Antiguo Tes­tamento.

a. Según David.
«El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua» (2 S. 23:2).

b. Según Isaías.
«Y este será mi pacto con ellos, dijo Jehová: El Espíritu mío que está sobre ti, y mis palabras que puse en tu boca, no faltarán de tu boca, ni de la boca de tus hijos, ni de la boca de los hijos de tus hijos, dijo Jehová, desde ahora y para siempre» (ls. 59:21).

c. Según Jeremías.
«Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he pues­to mis palabras en tu boca» (Jer. 1:9).

d. Según Jesús.
«Porque de cierto os digo que basta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido» (Mt. 5: 18).

«Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios y la Escritura no puede ser quebrantada» (Jn. 10:35).

e. Según Pedro.
«Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspi­rados por el Espíritu Santo» (2 P. 1:21).

f. Según Pablo.

«Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la- fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para ins­truir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente prepara­do para toda buena obra» (2 Ti. 3: 15-17).

2. El Espíritu Santo es el autor del Nuevo Testa­mento.

a. Según Jesús.
«Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn. 14:25,26).



b. Según Pablo.
«Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son man­damientos del Señor» (1 Co. 14:37).

«Lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría huma­na, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual» (1 Co. 2: 13).

«Por lo cual os decimos esto en pala­bra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos' quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron» (1 Ts.4:15).
c. Según Pedro.
«Por lo cual, oh amados, estando en es­pera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíci­les de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdi­ción» (2 P. 3:14-16).

d. Según Juan.
«Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alta y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las, siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea» (Ap. 1: 10. 11).

«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios» (Ap. 2:7).

C. Su ministerio con la nación de Israel.
Descendió sobre los líderes de Israel. Se dice que no menos de dieciséis personas del Anti­guo Testamento experimentaron el ungimiento del Espíritu Santo.

a. José.
«Y dijo Faraón a sus siervos: ¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios?» (Gn. 41:38).

b. Moisés.
«Y yo descenderé y hablaré allí contigo, y tomaré del espíritu que está en ti, y pondré en ellos; y llevarán contigo la carga del pueblo, y no la llevarás tú solo» (Nm.11:17).

c. Josué.
«Y Jehová dijo a Moisés: Toma a Josué hijo de Nun, varón en el cual hay espíri­tu, y pondrás tu mano sobre él» (Nm. 27:18).

d. Otoniel.
«Y el Espíritu de Jehová vino sobre él, y juzgó a Israel, y salió a batalla, y Jehová entregó en su mano a Cusan-risataim rey de Siria, y prevaleció su mano contra Cusan-risataim» (Jue. 3:10).
e. Gedeón.
«Entonces el Espíritu de Jehová vino so­bre Gedeón, y cuando éste tocó el cuer­no, los abiezeritas se reunieron con él», (Jue. 6:34).

f. Jefté.
«Y el Espíritu de Jehová vino sobre Jefté; y pasó por Galaad y Manasés, y de allí pasó a Mizpa de Galaad, y de Mizpa de Galaad pasó a los hijos de Amón» (Jue. 11:29).

g. Sansón.
Vemos por lo menos tres ocasio­nes en las cuales el Espíritu Santo descen­dió sobre este fuerte hombre hebreo.

«Y el Espíritu de Jehová vino sobre Sansón, quien despedazó al león como quien despedaza un cabrito, sin tener nada en su mano; y no declaró ni a su padre ni a su madre lo que había hecho» (Jue. 14:6).

«Y el Espíritu de Jehová vino sobre él, y descendió a Ascalón y mató a trein­ta hombres de ellos; y tomando sus des­pojos, dio las mudas de vestidos a los que habían explicado el enigma; y en­cendido en enojo se volvió a la casa de su padre» (Jue. 14:19).

«Y así que vino hasta Lehi, los filisteos salieron gritando a su encuentro; pero el Espíritu de Jehová vino sobre él, y las cuerdas que estaban en sus brazos se vol­vieron como lino quemado con fuego, y las ataduras se cayeron de sus manos. Y hallando una quijada de asno fresca aún, extendió la mano y la tomó, y mató con ella a mil hombres» (Jue. 15:14, 15).

h. Saúl.
(1) Después de haber sido ungido rey por Samuel.
«Y cuando llegaron allá al collado, he aquí la compañía de los profetas que venía a encontrarse con él; y el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos» (1 S. 10: 10).

(2) Justo antes de su victoria en Jabes de Galaad.
«Al oír Saúl estas palabras, el Espíritu de Dios vino sobre él con poder. Y él se encendió en ira e gran manera» (1 S. 11:6).

i. David.
A diferencia del caso de Saúl, nunca se nos dice que el Espíritu Santo haya deja do a David. Sin embargo, en una ocasión David temió que se retirara. (Véase S. 51:11.).

«Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David. Se levantó luego Samuel, y se volvió a Ramá» (l S. 16:13)

j. Elías.
(l) Por el testimonio de Abdías. «Acontecerá que luego que yo me haya ido, el Espíritu de Jehová te llevará adonde yo no sepa, y al venir yo y dar las nuevas a Acab al no hallarte él, me matará; y tu siervo teme a Jehová desde su juventud» (1 R. 18:12).
(2) Por el testimonio de unos pro fetas en Jericó.
«Y dijeron: He aquí hay con tu siervos cincuenta varones fuertes vayan ahora y busquen a tu señor quizá lo ha levantado el Espíritu de Jehová, y lo ha echado en algún monte o en algún vallé. Y él les dijo: No enviéis» (2 R. 2:16).

k. Elíseo.
«Viéndole los hijos de los profetas que estaban en Jericó al otro lado, dijeron: El espíritu de Elías reposó sobre Elíseo. Y vinieron a recibirle, y se postraron delante de él» (2 R. 2: 15).

l. Ezequiel.
«Y luego que me habló. Entró el Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí la voz que me hablaba» (Ez. 2:2).

m. Daniel.
(1) Por testimonio del rey Nabucodonosor «Beltsasar jefe de los magos, y que he entendido que hay en ti: espíritu de los dioses santos, y que ningún misterio se te esconde declárame las visiones de mi sue­ño que he visto, y su interpretación» (Dn. 4:9).

(2) Por testimonio de una reina asustada. «En tu reino hay un hombre en el cual mora el espíritu de los dioses santos, y en los días de tu padre se halló en él luz e inteligencia y sabiduría, como sabiduría de los dio­ses; al que el rey Nabucodonosor tu padre, oh rey, constituyó jefe sobre todos los magos, astrólogos, caldeos y adivinos» (Dn. 5:11).

(3) Por testimonio del rey Darío.
«Pero Daniel mismo era superior a estos sátrapas y gobernadores, porque había en él un espíritu su­perior; y el rey pensó en ponerlo sobre todo el reino» (Dn. 6:3).

n. Miqueas.
«Mas yo estoy lleno de poder del Espíri­tu de Jehová, y de juicio y de fuerza, para denunciar a Jacob su rebelión, y a Israel su pecado» (Mi. 3:8).
ñ. Azarías el profeta.
«Vino el Espíritu de Dios sobre Azarías hijo de Obed» (2 Cr. 15:1).

o. Zacarías el sumo sacerdote.
«Entonces el Espíritu de Dios vino sobre Zacarías hijo del sacerdote Joiada; y pues­to en pie, donde estaba más alto que el pueblo, les dijo: Así ha dicho Dios: ¿Por qué quebrantáis los mandamientos de Jehová? No os vendrá bien por ello; por­que por haber dejado a Jehová, él tam­bién os abandonará» (2 Cr. 24:20).

2. Descendió sobre los ancianos de Israel.
«Entonces Jehová descendió en la nube, y le habló; y tomó del espíritu que estaba en él, y lo puso en los setenta varones ancianos; y cuando posó sobre ellos el espíritu, profeti­zaron, y no cesaron» (Nm. 11:25).

3. Descendió sobre el tabernáculo de Israel.
«Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo» (Ex. 40:34).
4. Descendió sobre el templo de Israel.
«Y cuando los sacerdotes salieron del san­tuario, la nube llenó la casa de Jehová» (1 R. 8:10).

5. Condujo a Israel por el desierto.
«Y enviaste tu buen Espíritu para enseñar­les, y no retiraste tu maná de su boca, yagua les diste para su sed» (Neh. 9:20).

A pesar de su bondad hacia ellos, Israel contristó al bendito Espíritu Santo.
«Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron eno­jar su santo espíritu; por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos» (ls. 63:10).

6. Descenderá sobre Israel durante la tribulación.
«Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No ha­gáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios. Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel» (Ap. 7:2-4).

«Y después de esto derramaré mi Espíri­tu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos so­ñarán sueños, y vuestros jóvenes verán vi­siones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aque­llos días. Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columna de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salva­ción, corno ha dicho Jehová, y entre el re­manente al cual él habrá llamado» (Jl. 2:28-32).

7. Descenderá sobre Israel durante el milenio.
«Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito» (Zac. 12:10).

«Y sabréis que yo soy Jehová, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vues­tras sepulturas pueblo mío. Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo Jehová hablé, y lo hice, dice Jehová» (Ez. 37:13,14).

«Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu so­bre la casa de Israel, dice Jehová el Señor» (Ez. 39:29).

D. Su ministerio con el diablo.
El Espíritu Santo aho­ra funciona como un dique divino conteniendo y limitando el poder pleno de Satanás y el pecado.
1. Como dice Isaías.
«Y temerán desde el occidente el nombre de Jehová, y desde el nacimiento del sol su gloria; porque vendrá el enemigo corno río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él» (Is. 59:19).

2. Como dice Pablo.
«Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíri­tu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás con gran poder y seña­les y prodigios mentirosos, y con todo enga­ño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacie­ron en la injusticia. Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a voso­tros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para al­canzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo» (2 Ts. 2:7-14).
Aquí Pablo declara que, al principio de la tribulación, se quitará en cierta medida el po­der de restricción del Espíritu Santo, permi­tiendo que Satanás y su odioso Anticristo reinen brevemente sobre la tierra por un período de siete años.

E. Su ministerio con el Salvador.
Desde su concep­ción física hasta su ascensión final, el Señor Jesu­cristo fue dirigido por el Espíritu Santo.

1. El Salvador fue concebido por el Espíritu Santo.
«Respondiendo el ángel le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísi­mo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá será llama­do Hijo de Dios» (Lc. 1:35).

«El nacimiento de Jesucristo fue así: Es­tando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su mari­do, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apare­ció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu San­to es» (Mt. 1:18-20).

Así que el verdadero Padre del cuerpo de Cristo fue el Espíritu Santo, y el verdadero milagro no fue el nacimiento del Salvador, sino su concepción sobrenatural.

2. El Salvador fue ungido por el Espíritu Santo.
«Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que des­cendía como paloma, y venía sobre él» (Mt. 3:16).

«El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nue­vas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar liber­tad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos» (Lc. 4: 18).

«Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y como éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch. 10:38).

«Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría mis que a tus compañeros» (He. 1:9).

3. El Salvador fue sellado por el Espíritu Santo.
«Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna perma­nece la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre» (Jn. 6:27).

Aquí el sello demuestra la identificación del Hijo tanto con el Padre como con el Espíri­tu. También habla de su genuinidad, valor y autoridad.

4. El Salvador fue guiado por el Espíritu Santo.
«Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo» (Mt. 4:1).

5. El Salvador recibió poder del Espíritu Santo.
«Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Mt. 12:28). Según Filipenses 2:5-8, Cristo se abstuvo de usar, de forma independiente, sus atributos divinos (su omnipresencia, omnisciencia, etc.) mientras estuvo en la tierra, Y decidió depen­der completamente del Espíritu Santo para ob­tener poder y dirección.

6. El Salvador estaba lleno del Espíritu Santo.
«Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida» (Jn. 3:34).

«Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto» (Lc. 4: 1).

La palabra «lleno» se refiere sencillamente al control. Por lo tanto, el Salvador fue total­mente controlado por el Espíritu Santo mien­tras estuvo en la tierra.

7. El Salvador se conmovía en el Espíritu Santo.
«Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban también lloran­do, se estremeció en espíritu y se conmo­vió» (Jn. 11:33).

8. El Salvador se regocijaba en el Espíritu Santo.
«En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escon­diste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó» (Lc. 10:21).

9. El Salvador se ofreció así mismo en el Calvario a través del Espíritu Santo.
« ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencia de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?» (He. 9:14).

10. El Salvador fue resucitado de entre los muertos por el Espíritu Santo.
«Que fue declarado Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santidad, por la resu­rrección de entre los muertos» (Ro. 1:4).

«Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu» (1 P. 3:18).

11. El Salvador mandó a sus discípulos después de su muerte por el Espíritu Santo.
«Hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había es­cogido» (Hch. 1:2).

12. El Salvador volverá algún día y levantará a los muertos en Cristo por el Espíritu Santo.
«Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros» (Ro. 8: 11).

El propósito de esta sección específica de nuestro estudio debería ser muy obvio. Si le fue necesario al Hijo de Dios, que no tuvo pecado, depender totalmente del Espíritu San­to para formar cada palabra y dirigir cada paso, ¡cuánto más vital es para nosotros hoy!

F. Su ministerio con el pecador.
Durante su discurso a la medianoche, justo antes de entrar al Getsemaní, nuestro Señor les dijo las siguientes palabras a sus discípulos acerca del Espíritu Santo:

«Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga; convencerá al mun­do de pecado, de justicia y de juicio. De peca­do, por cuanto no creen en mí; de justicia por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido juzgado (Jn. 16:7-11).

La palabra clave de este pasaje es la palabra griega elegcho, traducida por «convencer», que -también aparece en otros pasajes traducida por otras palabras.

Redargüir.
« ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?» (Jn. 8:46).
Acusar.
«Pero ellos, al oír esto, acusados por su con­ciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio» (Jn. 8:9).


Reprender.
«Por tanto, si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano» (Mt. 18:15).

Así es que el santo Sabueso Celestial, como se le ha llamado, rastrea al pecador, y cuando lo «atrapa», 1) lo convence; 2) lo acusa; y 3) lo reprende.

1. Convence al hombre:
a. Del pecado.
Aquí el pecado no es la inmo­ralidad sexual, la adicción a la nicotina o el uso de malas palabras, sino rechazar el sa­crificio de Cristo en el Calvario. Este es, por supuesto, el pecado fundamental que condena el alma del hombre al infierno para siempre.

«El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios» (Jn. 3:18).

Es importante entender bien este hecho. Muchas veces el pecador está confundido e incierto. ¿De cuántos pecados tiene que arre­pentirse para ser salvo? ¿Qué pasa con los pecados que pudo haber olvidado? Este con­cepto no sólo causa confusión para el hom­bre inmoral no salvo, sino también para el hombre moral no salvo. Después de todo, no bebe, no juega, no fuma ni evade los im­puestos. Por lo tanto llega a la conclusión de que no necesita la salvación. Pero el hecho es que él también, al igual que el disoluto, es culpable de rechazar el sacrificio de Cristo en la cruz, y por lo tanto tiene gran necesi­dad del arrepentimiento y la salvación.

b. De la justicia de Cristo.
Más adelante, el Espíritu Santo guió al apóstol Pablo a escri­bir toda una epístola sobre la palabra «justi­cia». En esa epístola (el libro de Romanos). Pablo enfatiza tres cosas:

(1) Dios es justicia.
(2) Dios exige justicia.
(3) Dios provee justicia.

c. Del juicio venidero.
En este sentido, el Es­píritu Santo le mostraría al pecador que:
(1) Todas las personas no salvas le pertenecen a Satanás.
«Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, por­que no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; por­que es mentiroso, y padre de men­tira» (Jn. 8:44).

d. La suerte de Satanás ya está en marcha.
«Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con voso­tros» (Ro. 16:20).

e. Por lo tanto, todos los pecadores compartirán su suerte algún día.
«Entonces dirá también a los de la iz­quierda: Apartaos de mí, malditos, al fue­go eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (Mt. 25:41).
2. Hay siete ejemplos clásicos y claros de este ministerio de convicción del bendito Espíritu Santo en el libro de los Hechos.

a. La multitud en Pentecostés.
«Varones israelitas, oíd estas palabras:
Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodi­gios y señales que Dios hizo entre voso­tros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado cono­cimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole» (Hch. 2:22, 23).

«Al oír esto, se compungieron de co­razón, y' .dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué hare­mos?» (Hch. 2:37).

b. El eunuco etíope.
«Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo:

Pero, ¿entiendes lo que lees? El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él. El pasaje de la Escritura que leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida. Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe:

Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué im­pide que yo sea bautizado? Felipe dijo:
Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Fe­lipe y el eunuco, y le bautizó» (Hch. 8:29-38).

c. Saulo de Tarso.
«Saulo, respirando aún amenazas y muer­te contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusa­lén. Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repenti­namente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Se­ñor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces con­tra el aguijón. El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer». (Hch.9:1-6).

d. Un centurión llamado Cornelio.
«Mientras aún hablaba Pedro estas pala­bras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso» (Hch. 10:44).



e. El carcelero de Filipos.
«Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los pre­sos los oían. Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacu­dían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se solta­ron. Despertando el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y se iba a matar, pensando que los presos habían huido. Mas Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí. El enton­ces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Seño­res, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos. Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios» (Hch. 16:25-34).

f. Un gobernador llamado Félix.
«Algunos días después, viniendo Félix con Drusila su mujer, que era judía, lla­mó a Pablo, y le oyó acerca de la fe en Jesucristo. Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó, y dijo: Ahora vete; pero cuando tenga oportuni­dad te llamaré (Hch. 24:24, 25).

g. Un rey llamado Agripa.
«Entonces Agripa dijo a Pablo: Se te permite hablar por ti mismo. Pablo en­tonces, extendiendo la mano, comenzó así su defensa» (Hch. 26:1).

«Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muer­tos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles. Diciendo él estas cosas en su defensa. Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco. Mas él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura. Pues el rey sabe estas cosas, delante de quien también hablo con toda confianza. Porque no pienso que ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en ningún rincón. ¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees. Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persua­des a ser cristiano» (Hch. 26:23-28).

En conclusión, se puede decir que el ministerio principal realizado por el Espíritu Santo en el pecador es el de la convic­ción, pura, profunda y sencillamente.

G. Su ministerio con la Iglesia.
De las tres institucio­nes básicas de la Biblia (matrimonio, gobierno humano e Iglesia), ninguna es de mayor importan­cia para el Espíritu Santo que la Iglesia. Fue para promover el crecimiento de la Iglesia que vino formalmente en Pentecostés.

1. El Espíritu Santo y la Iglesia universal. Él la formó.
«Así que ya no sois extranjeros ni advenedi­zos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y pro­fetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para mo­rada de Dios en el Espíritu» (Ef. 2:19-22).
2. El Espíritu Santo y la iglesia local.
a. Desea inspirar su servicio de adoración.
«Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne» (Fil. 3:3).

Si el pastor y la congregación se lo per­miten, el Espíritu de Dios puede garantizar tanto la presencia como el poder de Dios en cada reunión de la iglesia.

b. Desea dirigir su obra misionera.
«Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro» (Hch. 8:29).
«Ministrando éstos al Señor, y ayunan­do, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre» (Hch. 13:2,4).

«Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espí­ritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permi­tió. Cuando vio la visión, en seguida pro­curamos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio» (Hch. 16:6, 7,10).

c. Desea ayudar con los servicios de canto.
«No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución: antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con sal­mos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones» (Ef. 5: 18, 19).

Muchas veces ha sucedido que un pre­dicador visitante en una iglesia local ha descubierto con alegría que el director de música ha escogido aquellas canciones y música especial que corresponden per­fectamente con el mensaje. Es obvio que tanto el predicador como el director de música han sido sensibles al ministerio del Espíritu.

d. Desea escoger sus predicadores.
«Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre» (Hch. 20:28).

e. Desea ungir a sus predicadores.
«Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sa­biduría, sino con demostración del Espí­ritu y de poder» (1Co. 2:4).

Aquí vemos el orden de servicio divino.

Primero elige y después unge a sus siervos. La elección es un acontecimiento único y definitivo, pero el ungimiento debe ser bus­cado diariamente.

f. Desea advertir a sus miembros.

«Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios» (1 Ti. 4:1).
g. Desea determinar sus decisiones.
«Porque ha parecido bien al Espíritu San­to, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias» (Hch. 15:28).

Esta decisión tan importante acerca de la circuncisión que se tomó en el Concilio de Jerusalén es un hermoso ejemplo del trabajo en equipo de una iglesia local y el Espíritu Santo. Esas asambleas gobernadas por el voto congregacional con frecuencia se enorgullecen por su política democráti­ca. Pero la verdadera meta solo puede ser alcanzada por medio de un esfuerzo con­junto demócrata-teocrático.

h. Desea condenar o bendecir sus esfuerzos, según sea necesario.
«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios» (Ap. 2:7).

«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte» (Ap. 2:11).

«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escon­dido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe» (Ap. 2: 17).

«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Ap. 2:29). (Cp. 3:6, 13,22.).

Con frecuencia las iglesias se preocupan mucho por mejorar su imagen a los ojos de la nueva generación, la sociedad, el mundo de los negocios, los círculos académicos, etc. Pero la verdadera preocupación debe­ría dirigirse hacia el Único que está en con­diciones de mejorar y corregir, es decir, el Espíritu Santo.

i. Desea encabezar sus programas de visitación y evangelización.
«Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente» (Ap. 22: 17).

En esta última invitación de las Escri­turas vemos cómo el Espíritu Santo ha­bla a través de la Iglesia para animar a los que no son salvos a venir a Cristo.

H. Su ministerio en cuanto al día de Pentecostés.
Si se hiciera una lista de todos los días importantes de la historia, el día de Pentecostés sería uno de los primeros. En esa ocasión el Espíritu Santo realizó una de sus obras más grandes y de mayor alcance.

«Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo' un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde esta­ban sentados; y se les aparecieron lenguas re­partidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen» (Hch 2:1-4).


1. El trasfondo del día de Pentecostés.
Momentos antes de su dramática ascensión, nuestro Se­ñor resucitado mandó a sus discípulos:

«Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí» (Hch. 1:4).

Se ha usado mucha tinta para tratar de ex­plicar esas cuatro palabras, «la promesa del Padre». ¿Cuál era esa promesa del Padre? Va­rios pasajes de las Escrituras ponen en claro que esta promesa del Padre, y también del Hijo, era una referencia a la llegada del Espíri­tu Santo.

«Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos so­ñarán sueños, y vuestros jóvenes verán vi­siones» (Jl. 2:28).

«Varones hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús» (Hch. 1:16).

«Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre» (Jn. 14:16).

«Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn. 14:26).

«Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí» (Jn. 15:26).

«Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré» (In. 16:7).

Por supuesto (como ya hemos visto) que el Espíritu Santo ya había realizado un ministe­rio en el Antiguo Testamento, pero ahora su tarea era la de introducir tres elementos com­pletamente nuevos.

a. Su nuevo ministerio había de ser universal.
Anteriormente el Espíritu Santo había limi­tado su obra en la humanidad a la nación de Israel. No se registra antes del libro de los Hechos que haya descendido sobre los grie­gos, o los romanos, o los babilonios, etc. Pero aquí en los Hechos llegó para bende­cir a todos los pecadores arrepentidos del mundo.

b. Había de ser permanente.
Aunque el Espí­ritu Santo descendió sobre algunos hom­bres del Antiguo Testamento, también se apartó de ellos con frecuencia.

(1) Lo ilustra el caso de Sansón. Este hombre fuerte hebreo disfrutó de la presencia del Espíritu Santo en va­rias ocasiones.
«Y el Espíritu de Jehová vino so­bre Sansón, quien despedazó al león como quien despedaza un ca­brito, sin tener nada en su mano; y no declaró ni a su padre ni a su madre lo que había hecho» (Jue. 14:6).

«Y el Espíritu de Jehová vino sobre él, y descendió a Ascalón y mató a treinta hombres de ellos; y tomando sus despojos, dio las mu­das de vestidos a los que habían explicado el enigma; y encendido en enojo se volvió a la casa de su padre» (Jue. 14:19).

«Y hallando una quijada de asno fresca aún, extendió la mano y la tomó, y mató con ella a mil hombres» (Jue. 15:15).

Pero después, debido al pecado y la inmoralidad, el Espíritu de Dios se apartó de Sansón. Uno de los versículos más trágicos de la Biblia registra este acontecimiento, cuando Sansón se despierta para oír las siguientes palabras de Dalila:

«Y le dijo: ¡Sansón, los filisteos sobre ti! Y luego que despertó él de su sueño, se dijo: Esta vez sal­dré como las otras y me escaparé. Pero él no sabía que Jehová ya se había apartado de él» (Jue. 16:20).

(2) Lo ilustra el caso de Saúl. Al igual que con Sansón, el Espíritu Santo descendió sobre Saúl, pero después se apartó de él, como lo demuestra lo siguiente:

«Y cuando llegaron allá al colla­do, he aquí la compañía de los profetas que venía a encontrarse con él; y el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos» (1 S. 10:10).

«EI Espíritu de Jehová se apar­tó de Saúl, y lo atormentaba un espíritu malo e parte de Jehová» (1 S. 16:14).

(3) Lo ilustra el caso de David. El Espí­ritu de Dios descendió sobre David cuando fue ungido por Samuel:

«Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David. Se levantó luego Samuel, y se volvió a Ramá» (1 S. 16:13).

Por lo que se sabe, el Espíritu San­to permaneció con él hasta que mu­rió. Pero David sabia que el Espíritu Santo podía apartarse, y en por lo menos una ocasión le rogó al Señor sobre ello.

«No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu» (Sal.51:11).

c. Había de perfeccionar.
En otras palabras su nuevo ministerio consistiría en hacer que todos los pecadores arrepentidos creciesen en gracia y fuesen como Jesús. Este no era el caso en el Antiguo Testamento. No hay ninguna indicación de que la naturaleza es­piritual de Saúl o Sansón fuese mejorada por la presencia del Espíritu Santo. Apa­rentemente sólo obtuvieron su poder, no su pureza.
2. La cronología del día de Pentecostés.
El Pentecostés (de una palabra griega que senci­llamente significa cincuenta) es la tercera de las seis grandes fiestas judías mencionadas en Levítico 23. Estas fiestas resumen toda la obra futura de la Trinidad en el Nuevo Testamento. Considérese:

a. La Pascua, la fiesta de los panes sin levadu­ra (una referencia al Calvario). Véanse los versículos 4-8.

b. La gavilla de los primeros frutos (una refe­rencia a la resurrección). Véanse los versículos 9-14.

c. La fiesta de las siete semanas (una referen­cia profética al Pentecostés). Véanse los versículos 15-21.
d. La fiesta de las trompetas (una referencia al arrebatamiento y a la Segunda Venida de Cristo). Véanse los versículos 23-25.

e. La fiesta de expiación (una referencia a la tribulación venidera). Véanse los versículos 26-32.

f. La fiesta de los tabernáculos (una referen­cia al milenio). Véanse los versículos 33-­43.

3. Las comparaciones de Pentecostés.
Se puede comparar el Pentecostés del Nue­vo Testamento con el Pentecostés del Anti­guo Testamento. El Pentecostés del Antiguo Testamento ocurrió cincuenta días después de que Israel había salido de Egipto.

«Habló Jehová a Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto, diciendo: este mes os será principio de los meses; para voso­tros será éste el primero en los meses del año» (Ex. 12:1,2).

«Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la con­gregación del pueblo de Israel entre las tardes» (Ex. 12:6).

«Pues yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogé­nito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias; y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová» (Ex. 12:12).

«E hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche, y les dijo: Salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id, servid a Jehová, como habéis dicho» (Ex. 12:31).

Cincuenta días después llegaron al monte Sinaí.
«En el mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mismo día llegaron al desierto de Sinaí» (Ex. 19:1).

El Pentecostés del Nuevo Testamento ocurrió cincuenta días después de la resu­rrección de Cristo. Nótese que nuestro Se­ñor fue crucificado durante la semana de la Pascua en abril.

«Era la preparación de la pascua, y como la hora sexta. Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey!» (Jn. 19:14). Después de la resurrección pasó cuarenta días con sus discípulos.
«A quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acer­ca del reino de Dios» (Hch. 1:3).

El Pentecostés del Nuevo Testamento se realizó unos diez días después. «Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días» (Hch. 1:5).

«Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos» (Hch. 2:1).

El Pentecostés del Antiguo Testamento celebraba un aniversario: el de la nación de Israel.

«Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra» (Ex. 19:5). Las Escrituras nos dicen que los ángeles participaron en el otorgamiento de la ley en el monte Sinaí. Véanse Hechos 7:53; Gálatas 3:19.

El Pentecostés del Nuevo Testamento celebraba un aniversario: el de la Iglesia. «Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y persevera­ban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros; en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y mu­chas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propieda­des y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perse­verando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos» (Hch. 2:41-47).

El Pentecostés del Antiguo Testamento atestiguó la muerte de unas 3.000 almas. «Y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés; y cayeron del pueblo en aquel día como tres mil hom­bres» (Ex. 32:28).

La adoración del becerro de oro por par­te de Israel mientras estaba acampado al pie del monte Sinaí fue un episodio trágico en su historia.

El Pentecostés del Nuevo Testamento atestiguó la salvación de unas 3.000 almas. «Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas» (Hch. 2:41).

Hay un contraste asombroso entre las dos instancias de Pentecostés. De hecho, la diferencia es tan importante, que Pablo ocu­pa todo un capítulo de una de sus epístolas para hablar de ella. Nótense estos dos versículos de ese capítulo:

«No que seamos competentes por noso­tros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra com­petencia proviene de Dios, el cual asi­mismo nos hizo ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu: porque la letra mata, mas el espíritu vivi­fica» (2 Co. 3:5, 6).

El Pentecostés del Antiguo Testamento fue presentado de manera tremenda. «Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpa­gos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estre­meció todo el pueblo que estaba en el campamento» (Ex. 19:16).

«Todo el monte Sinaí humeaba, por­que Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera» (Ex. 19:18).

El Pentecostés del Nuevo Testamento fue presentado de una manera tremenda. «y de repente vino del cielo un estruen­do como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos» (Hch. 2:2, 3).

Se puede comparar el Pentecostés del Nue­vo Testamento con Belén. En Belén, Dios el Padre estaba preparando un cuerpo por el cual obraría su Hijo.
«Por lo cual, entrando en el mundo dice:

Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo» (He. 10:5).

En Pentecostés, Dios el Padre estaba pre­parando un cuerpo por el cual obraría su Espíritu.

« ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es tem­plo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?» (1 Co. 6:19).

« ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne» (1 Co. 6:16).

Por esto, el Pentecostés nunca podrá re­petirse, así como Belén nunca podrá tampoco repetirse. Por lo tanto, es tan antiescritural orar para que ocurra otro Pentecostés como sena orar para que los pastores y los magos volvieran a aparecer. Los acontecimientos de Lucas 2 y Hechos 2 han quedado en el pasado para siempre.

Se puede comparar el Pentecostés del Nue­vo Testamento con Babel en el Antiguo Testamento. En Babel vemos a hombres pecaminosos trabajando para conseguir su propia gloria.

«Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra» (Gn. 11:4).

En Pentecostés vemos a hombres salvos aguardando la gloria de Dios. «Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus her­manos» (Hch. 1:14).
En Babel Dios confundió el idioma del hombre.

«Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra» (Gn. 11:9).

En Pentecostés Dios aclaró el idioma del hombre.
« ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?» (Hch. 2:8).

En Babel Dios esparció a los hombres por todo el mundo. «Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra» (Gn. 11:9).

En Pentecostés Dios juntó a los hombres dentro de la Iglesia. «De reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Ef. 1: 10).

I. Su ministerio con el cristiano.
Hasta ahora hemos hablado del ministerio del Espíritu Santo en cuanto al universo, las Escrituras, Israel, Satanás, Cristo, los pecadores, la Iglesia y Pentecostés. Pero, ¿qué ministerio realiza para ese grupo especial de perso­nas neotestamentarias llamadas cristianas? Desde el instante en que una persona no salva ora: «Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador», el Espíri­tu Santo realiza una obra quíntupla en ella.

1. El Espíritu Santo regenera al pecador creyen­te. Literalmente lo crea de nuevo y le da la naturaleza de Dios. El Espíritu Santo hace las veces de «partera» divina para el pecador arre­pentido al traerlo al reino de Dios. Esto se logra con el instrumento del «agua», un sím­bolo lingüístico de la Palabra de Dios. Los siguientes pasajes lo confirman:

«Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su mi­sericordia, por el lavamiento de la regenera­ción y por la renovación en el Espíritu Santo» (Tit. 3:5).

«Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios; Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo» (Jn. 3:3-7).

«Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre» (l P. 1:23).

«El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas» (Stg. 1: 18).

2. El Espíritu Santo bautiza al pecador creyente. « ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva» (Ro. 6:3,4).

«Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu» (1 Co. 12:13).

«Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos» (Gá. 3:27).

«Un cuerpo, y un Espíritu como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo» (Ef. 4:4, 5).

«Sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos» (Col. 2:12).

Con frecuencia se formula la siguiente pregunta: ¿Es necesario que uno sea bautizado para ser salvo? La repuesta es un sí enfático, pero no por el bautismo de agua. El propósito del Espíritu Santo al colocar al creyente en el cuerpo de Cristo es doble:
a. Lo hace para contestar la oración de Cristo, por unidad cristiana. «Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste» (Jn 17:21).

b. Lo hace para preparar una novia para Cristo, compuesta por todos los creyentes salvados desde el Pentecostés hasta el arrebatamiento.

«Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros» (Ro. 12:5).

«Siendo uno solo el pan, nosotros con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan» (1 Co. 10: 17).

«Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean ju­díos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu» (1 Co. 12:13).

«Vosotros pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particu­lar» (1 Co. 12:27).

«Y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo» (Ef. 1:22,23).

«Un cuerpo, y un Espíritu, como fuis­teis también llamados en una misma es­peranza de vuestra vocación» (Ef. 4:4). «A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edifi­cación del cuerpo de Cristo» (Ef. 4: 12).
«Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador» (Ef. 5:23). «Porque somos miembros de su cuer­po de su carne y de sus huesos» (Ef. 5:30).

«Y la paz de Dios gobierne en vues­tros corazones, a la que asimismo fuis­teis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos» (Col. 3:15).

«Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo espo­so, para presentaros como una virgen pura a Cristo» (2 Co. 11:2).

«Y oí como la voz de una gran multi­tud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, lim­pio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos. Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero), (Ap. 19:6-9).

3. El Espíritu Santo mora en el pecador creyente.
En otras palabras, no sólo nos une con el Sal­vador (por el bautismo), sino que se une a sí mismo con nosotros. Jesús, antes de su cruci­fixión, predijo ambos ministerios. Dijo:

«En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros» (Jn. 14:20).

«Y nosotros no hemos recibido el espíri­tu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido» (1 Co.2:12).

« ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1 Co. 3:16).

«Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre» (Jn. 14:16).

«En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo:

Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado» (Jn. 7:37-39).

«Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros... » (Ro. 8:9).

«Y el que guarda sus mandamientos, per­manece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado» (1 Jn. 3:24). El propósito de este ministerio morador es el de controlar la naturaleza recientemente crea­da.
«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co. 5:17).

«Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíri­tu, no estáis bajo la ley» (Gá. 5:16-18).
«Para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu» (Ef. 3: 16).

4. El Espíritu Santo sella al pecador creyente.
«El cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros cora­zones» (2 Co. 1:22).

«En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa» (Ef. 1: 13).

«Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención» (Ef. 4:30).

Parece ser que la misma presencia del Espí­ritu Santo es el sello aquí, dado por el Padre para asegurar al creyente que su salvación es eterna. También se habla del sello como las arras.

«El cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros cora­zones» (2 Co. 1:22).

«Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu» (2 Co. 5:5).

«Que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria» (Ef. 1:14).

5. El Espíritu Santo llena al pecador creyente.
«Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, se­gún el Espíritu les daba que hablasen» (Hch. 2:4).

Este ministerio del Espíritu Santo ha susci­tado mucha controversia y muchos errores a lo largo de la historia de la Iglesia. Por ejemplo, ¿qué diferencia hay entre la morada y la llenura del Espíritu Santo? Para ayudar a comprender esta distinción vital, consideremos la siguiente ilustración.

Hay un invitado en la casa. Pero al entrar en esa casa, inmediatamente se lo restringe a una pequeña habitación cerca de la entrada. El an­fitrión hasta puede llegar a olvidarse de él durante un tiempo. Finalmente el dueño de la casa se convence del mal trato que le está dando al invitado y entonces le da libre acceso a todas las habitaciones de la casa.

En esta ilustración, el Espíritu Santo es, por supuesto, el invitado. El anfitrión es el peca­dor creyente, y la casa representa su vida.
La diferencia entre morar y llenar es la diferencia entre estar restringido a un cuarto pequeño y tener libre acceso a todas las habita­ciones.

Llenar, por lo tanto, no significa que el creyente recibe más del Espíritu Santo, sino que el Espíritu Santo recibe más del creyente.

A la luz de estos cinco ministerios pode­mos observar que:

6. El pecador creyente recibe estos cinco minis­terios instantáneamente. Todos ocurren por fe y no dependen en absoluto de los sentimientos emotivos de la persona en un momento dado.

7. No se pueden perder los primeros cuatro minis­terios, y por lo tanto no hace falta y no corres­ponde pedirlos nuevamente. En ninguna parte de la Biblia se nos manda que le pidamos a Dios que nos bautice con su Espíritu o que nos selle con su Espíritu, o que nos regenere y more en nosotros. Si una persona ha aceptado a Cristo, el Espíritu Santo la regenera, la bautiza, la sella y habita en ella por toda la eternidad.

8. Sin embargo, el quinto ministerio se puede perder, y por lo tanto debe ser pedido cuantas veces haga falta.

Los siguientes pasajes lo po­nen de manifiesto:

«No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíri­tu» (Ef. 5: 18).

«Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne" (Gá. 5: 16). Los creyentes del libro de los Hechos fue­ron llenos del Espíritu Santo muchas veces en su vida.

«Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, se­gún el Espíritu les daba que hablasen» (Hch. 2:4).

«Entonces Pedro, lleno del Espíritu San­to, les dijo: Gobernantes del pueblo, y an­cianos de Israel» (Hch. 4:8).

«Buscad, pues, hermanos, de entre voso­tros a siete varones de buen testimonio, lle­nos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo» (Hch. 6:3).

«Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios» (Hch. 7:55).

«Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Herma­no Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha envia­do para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo» (Hch. 9: 17).

«Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor» (Hch. 11:24). «Entonces Saulo, que también es Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando en él los ojos» (Hch. 13:9).

«Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo» (Hch. 13:52).

9. Los primeros cuatro ministerios nos dan paz con Dios. «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro. 5: 1).

Pero el quinto ministerio nos asegura la paz de Dios. «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Fil. 4:7).

Así es que todos los cristianos, por alejados que estén, disfrutan de la paz con Dios, pero sólo los creyentes controlados por el Espíritu pueden conocer la bendita paz de Dios.

10. En Hechos 2:13 y Efesios 5:18 se hace una comparación entre estar lleno del Espíritu y estar lleno de vino. «Mas otros, burlándose, decían: Están lle­nos de mosto» (Hch. 2:13). «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu» (Ef. 5: 18).

Se pueden hacer las siguientes comparacio­nes entre los dos:

a. Ambos controlan al que los usa y le dan un nuevo coraje, uno en el buen sentido de la palabra y el otro en el malo.

b. Ambos producen el deseo de tener más.

11. El quinto ministerio se pierde cuando hay des­obediencia en la vida del creyente. Esta des­obediencia puede manifestarse en cualquiera (o ambas) de las siguientes maneras:

a. El pecado de apagar al Espíritu Santo. «No apaguéis al Espíritu» (1Ts. 5:19). Este pecado involucra no hacer lo que el Espíritu Santo quiere que hagamos. Es de una naturaleza negativa. La misma palabra se utiliza en otras ocasiones para referirse a apagar un fuego.
«La caña cascada no quebrará, y el pabilo que humea no apagará, hasta que saque a victoria el juicio» (Mt. 12:20).

«Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar, todos los dardos de fuego del maligno» (Ef. 6:16).

«Apagaron fuegos impetuosos, evita­ron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros» (He. 11:34).

b. El pecado de contristar al Espíritu Santo. «Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención» (Ef. 4:30).

Este pecado involucra hacer lo que el Espíritu Santo no quiere que hagamos. Es de una naturaleza positiva.

Como ilustración veamos esto: un cre­yente toma un avión en Chicago rumbo a Los Ángeles y se sienta junto a un hambre inconverso. Durante el vuelo, el Espíritu in­tenta testificar al hombre inconverso por medió del cristiano, pero éste se queda calla­do y no testifica. Hasta ahora el creyente ha apagado al Espíritu Santo. No ha hecho lo que el Espíritu de Dios quería que hiciese.

Sin embargo, más adelante durante el vuelo, los dos hombres se presentan y co­mienzan a hablar, pero no acerca de cosas espirituales. De hecho, para vergüenza del cristiano, intercambian varios chistes ver­des [o colorados]. Ahora el hombre salvo ha dado el segundo paso y ha contristado al Espíritu Santo, pues ha hecho lo que el Espíritu Santo no quería que hiciese.

Si no se abandonan estos dos pecados por mucho tiempo, pueden conducir al «pe­cado de muerte» descrito en los siguientes pasajes:

«El tal sea entregado a Satanás para des­trucción de la carne, a fin de que el espí­ritu sea salvo en el día del Señor Jesús» (1 Co. 5:5).

El pecado de muerte en este caso fue la inmoralidad de un creyente de Corinto to­talmente carnal.

«Por lo cual hay muchos enfermos y de­bilitados entre vosotros, y muchos duer­men» (1 Co. 11:30).

En el caso de Ananías y Safira, la deshonestidad flagrante y la hipocresía des­carada condujeron al pecado de muerte (Hch. 5: 1-11). Sabemos que Ananías era realmente, creyente por la pregunta que le hizo Pedro:
« ¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo...» (Hch. 5:3).

El pecado de muerte no significa que se pierda la salvación, pero sí implica la posibilidad de que Dios quite al pecador de la escena de la tierra antes de lo planeado originalmente. Pablo parece haber estado pensando en esto cuando escribió:

«Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea al aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servi­dumbre, no sea que habiendo sido heral­do para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Co. 9:26, 27).

12. El quinto ministerio puede ser (y debería ser) recuperado inmediatamente. Se puede lograr:

a. Conociendo el medio de Dios para el perdón y la limpieza: la sangre de Cristo. «Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» (1 Jn. 1:7).

b. Conociendo el método de Dios para el per­dón y la limpieza: la confesión del cristia­no. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros peca­dos, y limpiamos de toda maldad» (1 Jn. 1:9). Esta confesión es absolutamente esen­cial, porque aunque la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado, no nos limpia de ninguna excusa.

Dios no exige que las vasijas sean de oro ni de plata, pero sí exige que estén limpias. La unión con el Espíritu es tan fuerte que nada la puede romper, pero la comunión con el Espíritu es tan frágil que el pecado más pequeño la puede destrozar.

Consideremos otra ilustración: una fa­milia sale de California para visitar a unos amigos en Nueva York. La primera mitad del viaje se desarrolla plácidamente, pero cuando están en la zona de Chicago, se descompone el auto. Con alguna dificultad, se consiguen los servicios de un mecánico y el auto se compone. ¿Qué medida toma la familia ahora? ¿Se vuelve el conductor a California e intenta salir nuevamente para Nueva York? Todos estarían de acuerdo en que esto sería una estupidez. ¿Qué hace la familia? Sencillamente sigue desde donde tuvo el contratiempo.

Esta pequeña historia tiene una aplica­ción directa en la vida llena del Espíritu. Cuando Dios salva a alguien, lo pone en el camino al cielo. El viaje puede ser tranqui­lo por un tiempo para en nuevo convertido. Pero llegará un momento en el cual se des­compondrá en el camino. Tal vez el desper­fecto espiritual sea resultado de palabras airadas, o de un hecho malvado, o de una acción negligente. El Espíritu ha sido apa­gado y contristado y el progreso se detiene inmediatamente. Ahí está el hombre.

¿Qué debe hacer? Debe obtener los ser­vicios del mecánico divino, el Espíritu San­to. Si confiesa sus pecados y depende de la sangre de Cristo, su quebrado testimonio será restaurado. ¿Qué debe hacer el creyen­te entonces? Por supuesto que la respuesta es obvia; pero hay un falso concepto entre los cristianos de hoy que cuando un hijo de Dios peca (especialmente si es un pecado grave) automáticamente pierde todo el pro­greso anterior y tiene que comenzar de nue­vo. ¡Eso no es cierto! El secreto de una vida llena del Espíritu es saber que la comunión quebrada puede ser reestablecida inmedia­tamente por la confesión y por la sangre de Cristo.

13. El quinto ministerio garantiza las siguientes bendiciones para el creyente:

a. El Espíritu Santo orará por él.
«Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Ro. 8:26).

Esta debilidad es nuestra incapacidad de orar como debiéramos. Este es el motivo por el cual el Espíritu nos socorre. Sin em­bargo, debemos recordar que la Biblia dice que nos «ayuda», lo cual significa que de­sea que el cristiano también haga su parte. Por lo tanto, para que se ore eficazmente por nosotros, nosotros mismos debemos orar.

«Pero vosotros, amados, edificándoos so­bre vuestra santísima fe, orando en el Espí­ritu Santo» (Jud. v. 20).

«Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espí­ritu al Padre» (Ef. 2: 18).

«Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos» (Ef. 6:18).

b. El Espíritu Santo lo guiará.
«Pero cuando venga el Espíritu de ver­dad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir» (Jn. 16: 13).

«Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios» (Ro. 8:14).

c. El Espíritu Santo le enseñará.
«Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros. Y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es menti­ra, según ella os ha enseñado, permane­ced en él» (1 Jn. 2:27).

d. El Espíritu Santo le dará poder para testificar.
«Pero recibiréis poder, cuando haya ve­nido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hch. 1:8).

e. El Espíritu Santo impartirá el amor de Cristo al creyente y a través del creyente.

«Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Ro. 5:5).

f. El Espíritu Santo lo conformará a la imagen de Cristo.

«Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Co. 3:18).

La meta final y la intención declarada del Padre es conformar al creyente a la imagen de Cristo por toda la eternidad. Pa­sajes tales como Filipenses 3:21 y 1 Juan 3:2 lo expresan claramente. Pero Dios el Espíritu desea comenzar esta obra gloriosa en cada hijo de Dios en el momento de salvación. (Véase Fil. 3:10.).

g. El Espíritu Santo fortalecerá la naturaleza nueva.
«Para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu» (Ef.3:16). Lo hace por medio del estudio bíblico (1 P 2:2) y la oración (Jud. v. 20).

h. El Espíritu Santo le revelará la verdad bíblica.
«Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» (l Co.2:10).

í. El Espíritu Santo le dará seguridad acerca de la salvación y el servicio.
«El Espíritu mismo da testimonio a nues­tro espíritu, de que somos hijos de Dios» (Ro.8:16).
«Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en noso­tros, por el Espíritu que nos ha dado» (1 Jn. 3:24).

j. El Espíritu Santo le dará libertad.
«Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte» (Ro. 8:2).

«Porque el Señor es el Espíritu; y don­de está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Co. 3: 17).

k. El Espíritu Santo le hará decir cosas apropiadas.
«Pero cuando os trajeren para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo» (Me. 13:11).

Hay varios ejemplos del cumplimiento de esta bendita profecía bendita. Véanse Hechos 4:8-22; 5:29-33; 7:55.

J. Su ministerio en cuanto a los dones de Cristo.
«Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis tam­bién llamados en una misma esperanza de vues­tra vocación: un Señor, una fe un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. Pero a cada uno de noso­tros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautivo la cautividad, y dio dones a los hombres» (Ef. 4:4-8).

La Biblia describe con frecuencia a la Trinidad en el acto de dar. A Dios le agrada dar. Fue el Padre quien dio a su muy amado Hijo.

«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que el él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Jn. 3:16).

Fue el Hijo quien dio libremente su sangre preciosa.
«Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por voso­tros es dado; haced esto en memoria de mí» (Le. 22:19).

Por último, después de su llegada en Pentecostés, el Espíritu Santo comenzó su ministerio de dar dones a la Iglesia, y seguirá haciéndolo hasta el arrebatamiento.

1. La definición de un don espiritual.
Un don espiritual es una habilidad sobrena­tural dada por Cristo al creyente por medio del Espíritu Santo en el momento de su salvación. Aquí debemos hacer dos distinciones.

a. La distinción entre el don del Espíritu y los dones del Espíritu. El don fue otorgado en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo vino en respuesta a la promesa de Cristo. Los dones son otorgados hoy.

b. La distinción entre los dones y los talentos.
Un talento es una habilidad humana y natu­ral Con la cual- se nace. Puede ocurrir en el área de la música, la oratoria, la organiza­ción, etc. Pero ningún talento natural, por grande que sea, puede ser utilizado por su dueño para glorificar a Dios a no-ser que sea autorizado por el Espíritu Santo. Cuan­do esto ocurre, el talento se puede convertir en don.

Como ilustración, consideremos alguien que es un músico brillante y talentoso. Su habilidad es aclamada por millones. Pero el artista no es cristiano, y por lo tanto su talento no puede ser utilizado por el Espíri­tu Santo para la gloria de Dios. Pero diga­mos que el hombre oye el evangelio y acepto a Cristo como Salvador. Ahora el Espíritu Santo puede decidir que quiere transformar el talento natural del hombre en un don sobrenatural. Como no hay un don especí­fico para la música como tal, los nuevos esfuerzos del músico para Cristo probable­mente entrarían bajo la exhortación, que es un don específico.

2. El alcance de los dones espirituales.

a. Cada creyente tiene por lo menos un don Espiritual.

«Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos ad­ministradores de la multiforme gracia de Dios» (1 P. 4: 10).

«Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo» (Ef. 4:7).

«Quisiera más bien que todos los hom­bres fuesen como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro» (l Co. 7:7).

«Pero a cada uno le es dada la mani­festación del Espíritu para provecho» -(1 Co. 12:7).

«Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere» (1 Co. 12:11).
b. Ningún creyente tiene todos los dones. « ¿Son todos apóstoles? ¿Son todos pro­fetas? ¿Todos maestros? ¿Hacen todos mi­lagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan to­dos?» (1 Co. 12:29,30).

3. El propósito de los dones espirituales.

a. Glorificar al Padre.

«Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tu creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Ap. 4: 11).



b. Edificar la Iglesia.

«A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del cono­cimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:12, 13).

4. El abuso de los dones espirituales.

a. No usar los dones concedidos.

«Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos» (2 Ti. 1:6).

«No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía por la imposición de las manos del presbiterio» (1 Ti. 4:14).

b. Tratar de usar dones que no nos fueron concedidos.

c. No usar los dones con amor.

«Si yo hablase lenguas humanas y angé­licas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe» (1 Co. 13:1).

¡Cuántas veces se abusan esos dones benditos! Sólo la eternidad revelará la cantidad de hombres que ha habido y hay en el ministerio que nunca tendrían que haber estado ahí. Por otra parte, (y es igualmente trágico) sin duda ha habido un gran número de hombres llamados al servicio de Dios que nunca respondieron. Pero tal vez el mayor abuso de todos es utilizar los dones sin amor.

Si se entiende correctamente el material dado hasta ahora sobre los dones, se puede entender por qué Dios utiliza grandemente a un cristiano carnal a pesar de los pecados evidentes (o a veces secretos) en su vida. Sin embargo, en tales casos Dios sólo está bendiciendo el don y no al individuo perso­nalmente. En el tribunal de Cristo (véase 1 Co. 3) sin duda habrá muchas sorpresas, cuando unos cuantos líderes cristianos mun­dialmente reconocidos reciban muy poca recompensa personal de Cristo por sus pe­cados y su carnalidad.

5. El número de los dones espirituales. En tres pasajes principales, el apóstol Pablo menciona dieciocho dones espirituales distintos. Estos pasajes son: Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:4­7; .Efesios 4: 11.

6. La naturaleza de los dones espirituales. Pare­cería ser que estos dieciocho dones se pueden colocar en dos categorías básicas, los dones permanentes y los dones temporales, dados como señales.



7. La descripción de los dones espirituales.

a. Los siete dones temporales dados como se­ñales. Estos incluyen los dones de apostolado, profecía, milagros, sanidad, len­guas, interpretación de lenguas y ciencia.

A esta altura es pertinente preguntar con qué criterio designamos los dones como señales de duración temporal. La respuesta se encuentra en la naturaleza milagrosa del don en sí. Imaginemos a un portavoz envia­do por Dios hace unos veinte siglos, antes de que se escribiera la mayor parte del Nue­vo Testamento. Este portavoz tiene un men­saje del Señor. Pero, ¿cómo pueden los oyentes estar seguros de que no es uno más de tantos profetas falsos? Una indicación dramática de su autenticidad sería la habili­dad de realizar señales milagrosas. Nótense los siguientes versículos al respecto:
«Este vino a Jesús de noche, y le dijo:

Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él» (Jn. 3:2).

«Hizo además Jesús muchas otras se­ñales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro». (Jn. 20:30).

«Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras» (Ro. 15:18).

«Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y mila­gros» (2 Co. 12:12).
«Testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad» (He. 2:4).

Los dones como señales se otorgaron principalmente para validar la autoridad del Salvador y de sus apóstoles antes de que se escribiera el Nuevo Testamento. Después ya no hacía falta esta prueba milagrosa por­que las Escrituras mismas revelan 10 verda­dero y lo falso.

(1) El don del apostolado. Es una refe­rencia a ciertos hombres llamados por Cristo mismo y revestidos con poder especial para operar como los «miem­bros fundadores» oficiales de la re­cientemente organizada Iglesia.

«Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros» (Ef. 4:11).

«y a unos puso Dios en la igle­sia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, lue­go los que hacen milagros, des­pués los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas» (1 Co. 12:28).

(a) Requisitos apostólicos. Tenía que haber visto al Cristo resucitado. «Comenzando desde el bautis­mo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección» (Hch. 1:22).

« ¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro?" ¿No sois voso­tros mi obra en el Señor?» (1 Co.9:1).

(b) El número apostólico. El número total de los primeros apóstoles no estaba limitado a doce. (Véanse Lc. 6:13; Hch. 1:26; 14:14; Ro. 1:1; 11:13; Gá. 1:19; 1 Co. 9: 1; 15:7; 2 Co. 11:5; 12:12.).

(2) El don de la profecía.
«De manera que, teniendo dife­rentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úse­se conforme a la medida de la fe» (Ro.12:6).

«A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discerni­miento de espíritus; a otro, diver­sos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas» (1 Co. 12:10).

(Véanse también 1 Co. 14:1, 3-6; Ef. 4:11.).

Profecía es la capacidad sobrena­tural de ver el futuro. La Biblia mis­ma fue escrita en esta forma. (Véase Mt. 13:14; 2 P. 1:20,21.).

«Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cer­ca» (Ap. 1:3).

«En aquellos días unos profe­tas descendieron de Jerusalén a Antioquía. Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a en­tender por el Espíritu que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada; la cual sucedió en tiem­po de Claudio» (Hch. 11:27, 28).

« Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vemos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los ju­díos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles» (Hch. 21:10,11).

(3) El don de los milagros. Es la habili­dad sobrenatural de realizar acciones más allá del alcance de la naturaleza, la habilidad de dejar de lado por un tiempo las reglas normales de la na­turaleza.

« Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles. luego profetas, lo tercero maestros, lue­go los que hacen milagros, des­pués los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas» (1 Co. 12:28).

(4) El don de sanidad. Una habilidad so­brenatural para curar las enfermeda­des humanas, ya sean de origen físico, mental o demoníaco.

«A otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profeta.'\, lo ter­cero maestros, luego los que ha­cen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que ad­ministran, los que tienen don de lenguas. ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos?» (1 Co. 12:9, 28,30).

(a) El propósito del don de sanidad.
Como en el caso de los milagros, este don aparentemente se dio para dar fe de la autoridad y el poder del que sanaba.

(b) La limitación del don de sanidad.
Cristo no sanó a todos aquellos con quienes se encontró. (Véanse Lc. 4:25-27; Jn. 5:3-9.).

Pablo estaba limitado en sus ha­bilidades sanadora, como se ve en su propia aflicción (2 Co. 12:7-10). Por lo visto en el caso de Epafrodito (Fil. 2:26, 27).

Por lo visto en el caso de Timoteo (1 Ti. 5:23).

Por lo visto en el caso de Trófimo (2 Ti. 4:20).

(5) El don de lenguas.
«A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpreta­ción de lenguas» (l Co. 12: 10). Hasta que se terminó de escribir el Nuevo Testamento, Dios utilizó el don de lenguas corno una señal para el incrédulo (tanto judío como gen­til) y como un medio para edificar al creyente.

«El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia. Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédu­los; pero la profecía, no a los in­crédulos, sino a los creyentes» (l Co. 14:4,22).

(6) El don de la interpretación de len­guas (1 Co. 12:10). Esta es la habili­dad sobrenatural de clarificar e interpretar aquellos mensajes pronun­ciados en una lengua desconocida.

(7) El don de ciencia. Es la habilidad sobrenatural de recibir una porción de la Palabra de Dios por revelación y transmitirla por inspiración.

«Porque a éste es dada por el Es­píritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mis­mo Espíritu» (1 Co. 12:8).

Estos son, entonces, los siete dones temporales.

b. Los once dones permanentes.
(1) El don de sabiduría (1 Co. 12:8). Si la definición del don de ciencia es correcta, entonces el don de sabidu­ría se referiría a la habilidad sobrena­tural de aplicar correctamente y emplear espiritualmente la informa­ción recogida a través del don de ciencia.

(2) El don de discernimiento de espíritus.
«A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpreta­ción de lenguas» (1 Co. 12:10). (Véase también 1 Jn. 4: 1).

Este don es la habilidad sobrena­tural de distinguir entre los espíritus demoníacos, humanos y divinos en otra persona. Tanto Pedro como Pa­blo poseían este don.

(3) El don de repartir.
«El que exhorta, en la exhorta­ción; el que reparte, con liberali­dad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con ale­gría» (Ro. 12:8).

Este don es la habilidad sobrena­tural de acumular y repartir grandes cantidades de recursos económicos personales para la gloria de Dios. Al parecer, en el libro de los Hechos había miembros en tres iglesias loca­les con este don.

(a) La iglesia de Jerusalén (Hch. 4:32­37).

(b) La iglesia de Galacia (Gá. 4:15). (c) La iglesia de Filipos (Fil. 4:10-18).

Se puede ver un presagio de este don anterior a Pentecostés en el relato de la ofrenda de la viuda (Lc. 21:14).

(4) El don de la exhortación (Ro. 12:8; véase también Pro 25:11).

Varias personas del Nuevo Testa­mento tenían este don:

(a) Bernabé (Hch. 11:22-24).

(b) Judas (no el Iscariote) y Silas (Hch. 15:32).

(e) Un creyente identificado como «compañero fiel» (Fil. 4:3).

(d) Pablo. «Por tanto, tuve por necesario exhortar a los hermanos que fuesen primero a vosotros y pre­parasen primero vuestra gene­rosidad antes prometida, para que esté lista como de genero­sidad, y no como de exigencia nuestra» (2 Co. 9:5). (Véanse también Hch. 14:22; 1 Ts. 2:11; 4:1; 5:14.).

(e) Pedro.
«Ruego a los ancianos que es­tán entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada» (l P. 5:1).

(f) Judas (Jud. v. 3).

(5) El don de servicio. La habilidad so­brenatural de dar ayuda práctica en asuntos tanto físicos como espiritua­les.

«O si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza» (Ro. 12:7).

«Y a unos puso Dios en la igle­sia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, des­pués los que sanan, los que ayu­dan, los que administran, los que tienen don de lenguas» (1 Co. 12:28).
A este don se le llama el don de ayuda en 1 Corintios 12:28. ¡Cuanta falta hace hoy el don de ayuda en las iglesias locales! Parece haber una abundancia de pastores elocuentes y evangelistas pintorescos, ¿pero dón­de están los que ayudan?

(a) Dorcas tenía este don (Hch. 9:36­-39).

(b) Febe tenía este don (Ro. 16:1,2).

(6) El don de hacer misericordia. «EI que exhorta, en la exhorta­ción; el que reparte, con Liberalidad; el que preside con solicitud; el que hace misericordia, con ale­gría» (Ro. 12:8).

Hay muchos laicos sin prepara­ción que poseen esta habilidad so­brenatural de ministrar a los enfermos y afligidos.

(7) El don de presidir o administrar (véa­se Ro. 12:8). Esta es la habilidad so­brenatural de organizar, administrar y promover los diversos asuntos de una iglesia local (Tit. 1:4.5). La igle­sia local no crecerá más allá de cierto punto, a no ser que se utilice el minis­terio de personas dotadas con este don.

(8) El don de fe. La Biblia describe tres tipos de fe:

(a) La fe salvadora: dada a todo pecador arrepentido. «Ellos dijeron: Cree en el Se­ñor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa» (Hch. 16:31). (Véanse también Ro. 4:5; 5:1; 10:17.)

(b) La fe santificadora: al alcance de todo creyente. «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gá. 2:20). (Véanse también Gá. 3: 11; 5:22; Ef. 6:16; Ro. 1:17; He. 10:38.)

(e) La fe de mayordomía: dada a algunos creyentes. «Digo pues por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no. tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno» (Ro. 12:3). (Véase 1 Co. 12:9.)

Este es el tipo de fe que es un don, una habilidad sobrenatural para creer y esperar grandes cosas de Dios.

(9) El don de enseñanza. La habilidad sobrenatural de comunicar y aclarar los detalles de la Palabra de Dios. «O si de servicio en servir; o. el que enseña, en la enseñanza» (Ro. 12:7).

Este don fue dado a:

(a) Pablo.
«Porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios» (Hch. 20:27).

(b) Apolo (Hch. 18:24.25).

(e) Aquíla y Priscila (Hch. 18:26).

Aunque nadie puede presentar un evangelio mejor que el de la Biblia, hay personas que pueden enseñar ese evangelio mejor que otras. Este es el don de enseñanza.

(10) El don de evangelismo. La habilidad sobrenatural de encaminar a los pe­cadores a Cristo y de hacer sentir a los creyentes la necesidad de ganar almas. Todos los creyentes han de testificar para Cristo, tengan o no este don especial. Timoteo, por ejemplo, no era evangelista, pero ganaba al­mas.

«Pero tú sé sobrio en todo, sopor­ta las aflicciones, haz obra de evangelista. Cumple tu ministerio» (2 Ti. 4:5).

Sin embargo, hay otros que reci­bieron este don. Felipe, entre otros del libro de los Hechos lo tenía (Hch. 8:26-40; 21:8).

(11) El don de pastor-maestro. La habili­dad sobrenatural de predicar y ense­ñar la Palabra de Dios y de alimentar y conducir la grey de Dios.

«Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano tam­bién con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: apacentad la grey de Dios que está entre voso­tros, cuidando de ella, no por fuer­za, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino, con áni­mo pronto; no como teniendo se­ñorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Prín­cipe de los pastores. Vosotros re­cibiréis la corona incorruptible de gloria» (1 P. 5:1-4).

(Véase también Hch. 20:28.)
De los dieciocho dones que hay éste es el único don con «porción doble». Así es que no todos los maes­tros son llamados a ser pastores, pero todos los pastores han de ser maes­tros.

K. Su ministerio en cuanto al fruto del Espíritu.
Aho­ra llegamos al undécimo y último ministerio regis­trado como ejecutado por el Espíritu Santo de Dios. En un sentido muy real es el que mejor demuestra su meta final aquí en la tierra, es decir, la de llevar fruto para Cristo, a través de los creyentes.

«Mas ahora que habéis sido libertados del pe­cado y hechos siervos de Dios, tenéis por vues­tro fruto la santificación y como fin la vida eterna» (Ro. 6:22).

«Así también vosotros, hermanos míos, ha­béis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios» (Ro. 7:4).

«Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios» (Col 1: 10).


1. Los mandatos de dar fruto.

a. Dios desea que su nueva creación haga lo mismo que le mandó hacer a la antigua creación.

«Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Gn. 1:28).

b. Dios desea que el creyente cumpla la profecía acerca de José.

«Rama fructífera es José, rama fructífera junto a una fuente, cuyos vástagos se extienden sobre el muro» (Gn. 49:22).

c. Dios desea que sus hijos experimenten las bendiciones del Salmo 1.
«Será como árbol plantado junto a co­rrientes de aguas que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará» (Sal. 1:3).
Dios desea que sus hijos de luz obren hoy como lo hará su árbol de vida en la eterni­dad. (Véase Ap. 22:1, 2.).

2. Los requisitos previos para dar fruto.

a. Hay que morir al mundo.
«De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Jn. 12:24).

b. Hay que permanecer en el Salvador. (Véa­se In. 15:1-5, 16.)

En el Antiguo Testamento la nación de Israel fue la vid escogida por Dios. «Hiciste venir una vid de Egipto; echaste las naciones, y la plantaste» (Sal. 80:8).

Pero Israel se negó a dar fruto.
«Israel es una frondosa viña, que da abun­dante fruto para sí mismo; conforme a la abundancia de su fruto multiplicó tam­bién los altares, conforme a la bondad de su tierra aumentaron sus ídolos» (Os. 10:1).

Fue así que esa nación finalmente fue dejada de lado por Jesús. «Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él» (Mt. 21:43).

En los evangelios, Cristo fue la vid es­cogida por Dios mientras estaba en la tie­rra. «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador» (Jn. 15:1). (Véanse también Is. 11: 1; 53:2).

Jesús les dijo a sus discípulos que ha­bían de ser ramas. La única función útil de una rama es la de llevar fruto. La rama no produce el fruto; sencillamente lo lleva.



3. Los dos tipos de fruto.

a. El fruto externo: ganar almas.
« ¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega» (Jn. 4:35, 36).

(Véanse también Ro. 1:13; Pr. 11:30.)

b. El fruto interno: parecerse a Cristo.
«Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley» (Gá. 5:22,23) (cp. Ef. 5:9).

Debe notarse que la palabra fruto en ambos pasajes es singular. Pablo no dice «los frutos del Espíritu son», sino «el fruto del Espíritu es». La razón es ésta: el fruto del Espíritu, a diferencia de los dones del Espíritu, ha de ser poseído por todos y cada uno de los creyentes.

4. Los once frutos del Espíritu.

a. Amor.
«Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto» (Col. 3:14).

b. Gozo.
«Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe» (Gá.5:22).

«Porque el reino de Dios no es comi­da ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Ro. 14: 17).

c. Paz.
Hay dos tipos de paz:

(1) La paz con Dios.
«Justificados, pues, por la fe, te­nemos paz para con Dios por me­dio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro.5:1).

Esta es la paz posicional, e inclu­ye a todos los creyentes en el mo­mento de su salvación.

(2) La paz de Dios.
«Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pen­samientos en Cristo Jesús» (Fil. 4:7).

Esta paz la experimentan sólo aquellos creyentes que están llenos del Espíritu de Dios. Se puede defi­nir como tranquilidad en la tribula­ción.

d. Paciencia: la capacidad de soportar una si­tuación insoportable con alegría y tolerar lo intolerable con resignación.

«En pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad. en el Espíritu Santo, en amor sincero» (2 Co. 6:6).

« ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?» (Ro. 2:4).

e. Benignidad:
Una amabilidad calmada y respetuosa.
«Que a nadie difamen, que no sean pen­dencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hom­bres» (Tit. 3:2).

«Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido» (2 Ti. 2:24).

f. Fe.
«Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gá.2:20).

«Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá» (Gá. 3: 11).

g. Justicia:
Hechos justos; el cumplimiento de la tarea asignada.

«Llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y ala­banza de Dios» (Fil. 1:11).

«Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apaci­ble de justicia a los que en ella han sido ejercitados» (He. 12:11).

h. Bondad:
Hechos sanos; andar la segunda milla.
«Y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé con él dos» (Mt. 5:41).

i. Mansedumbre:
Dureza sojuzgada.

(1) Pablo utilizó este método para tratar con la iglesia de Corinto. « ¿Qué queréis? ¿Iré a vosotros con vara, o con amor y espíritu de mansedumbre? » (1 Co.4:21).

(2) Este es el método a ser utilizado por personas espirituales para restaurar a un hermano caído.

«Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entraña­ble misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros» (Col 3:12,13; cp. Gá. 6:1).
(3) Ha de utilizarse para mantener la unidad dentro de la iglesia.
«Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solí­citos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef. 4:2,3).

(4) Es el método a ser utilizado para tratar con todos los hombres.
«Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arre­pientan para conocer la verdad» (2 Ti. 2:24, 25) (cp. Tit. 3:2).

j. Templanza:
Dominio propio. El gran ejem­plo neotestamentario de esto es el apóstol Pablo. Obsérvese su testimonio:

«Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a ma­yor nt1mero. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me be hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos, y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él. ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para reci­bir una corona corruptible, pero nosO­tros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el, aire, sino que golpeo mi cuer­po, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Co. 9:19-27).

k. Verdad:
Vivir una vida abierta, sin engaño ni hipocresía. «Por lo cual, teniendo nosotros este mi­nisterio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos. Antes bien re­nunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifesta­ción de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios» (2 Co. 4:1,2).

El PROPÓSITO DE LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
Habiendo mostrado que los dones del Espíritu Santo están todavía en la iglesia, (en el cuerpo de Cristo) y que son manifestados en donde quiera que halle fe, y credulidad. Consideremos algo de su propósito y lo que Dios se proponía y quería efectuar. Grávese esto: los dones del Espíritu no son juguetes; son regalos de} amor de Dios a la iglesia, para así cumplir su propósito. Cualquier intento por tanto, de utilizarlos con propósitos egoístas, animo de lucro (venderlos) o frívolos, será una equivocación muy trágica; tenga cuidado con esto no se deje idolatrar...

Entonces, ¿cuáles eran los propósitos que Dios tenía en mente cuando Él ordenó que estos regalos especiales del Espíritu Santo fueran otorgados a la Iglesia?

Como veremos, el propósito primordial era que, a través de la operación de estos dones, la Iglesia se convirtiera en el Cuerpo funcionante de Cristo en la tierra. Aquí se encuentra una verdad esencial que no es comprendida tan plenamente como debiera serlo. Aquí se nos dice que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y cada uno de nosotros somos miembros en particular, El punto es este, de que mientras Cristo estaba en la tierra, El podía estar solamente en un lugar a la vez. El podía ministrar a unos cuantos solamente a la vez. Sin embargo después que el Espíritu fue derramado, fue posible para El manifestarse a través de un número limitado de cristianos.

Estos miembros de su cuerpo místico podían ir a todas partes del mundo y ministrar a las gentes así como El ministraba cuando El estaba en la tierra. "Como El es, así somos nosotros en este mundo (1 Juan 4: 17). Así fue multiplicado el ministerio de Cristo muchas veces. De esa manera por medio de estos dones sobrenaturales. Cristo por medio del Espíritu Santo, puede manifestarse así mismo y a su ministerio en cualquier parte de la tierra. La iglesia así se convierte en verdad en el cuerpo de Cristo, haciendo sus obras y ministrando su amor y compasión a los necesitados.

En una forma real la iglesia es Sus ojos, Sus oídos, Sus pies, Sus manos, para llevar a cabo Su obra en la tierra. Esta verdad también nos muestra a nosotros, que, cuando la iglesia pierde las manifestaciones de sus dones ella se vuelve débil, ineficaz, y algo completamente distinto de lo que Dios quería, pues Dios quiere que la iglesia de Jesucristo sea una iglesia con poder, autoridad y unción y fuerza del Espíritu Santo-, en donde su nombre sea glorificado respetado y honrado.

¿Para que son los dones del Espíritu Santo?

Para ayudar en la evangelización del mundo.
En Marcos 16:15-18, el Señor da la Gran Comisión como orden a los creyentes para la evangelización del mundo.

¿Como se habría de efectuar esta evangelización? No por medio del usa de tretas, formulas, o invenciones mecánicas ingeniosas, ni seducciones mentirosas, sino a través de determinadas señales milagrosas que son manifiestas por medio de los dones del Espíritu Santo.

No ha sido fácil evangelizar a los paganos tradicionalistas, mundanos. William Carey, el primer misionero de los tiempos modernos, laboró seis años para ganar a una sola alma, por que no tenía los dones del Espíritu Santo. La mayoría de los misioneros han trabajado todas sus vidas para ganar unas cuantas almas para Cristo, debido a que no ejercen los dones del Espíritu Santo. Contraste esto con los resultados de los grandes avivamientos de las masas conducidas por aquellas personas que están ungidas por el poder del Espíritu Santo de Dios y tienen el ministerio de sanidades, liberación y expulsión de demonios.

El gran propósito de los dones del Espíritu es dar confirmación al evangelio de Jesucristo.
Los Dones Para edificar a la Iglesia
Un número de los dones tiene un propósito definido en la edificación del Cuerpo de Cristo. El capitulo 14 de Primera de Corintios da bastante instrucciones sobre el orden del servicio apostólico. Por ejemplo, se nos informa que si uno es movido para dar un mensaje en lenguas desconocidas debe asegurarse si hay un intérprete presente (versículos 5, 13). Varias veces en este capitulo Pablo enfatiza que uno de los grandes propósitos de los dones es para la edificación de la Iglesia. El don adaptado especialmente para la edificación de los cristiano es el don de la profecía y el hablar en otras lenguas con interpretación. Desde luego, cualquier don manifestado en la congregación puede resultar en bendición para los cristianos.

También Para la liberación del pueblo de Dios; Así como determinados dones están diseñados especialmente para la edificación de los santos así hay otros que están ordenados para su liberación. El Antiguo Testamento está repleto con sucesos en donde el pueblo de Dios recibió liberaciones sobrenaturales. El ministerio de Cristo estuvo marcado por milagros de abastecimiento, tales como la transformación del agua en vino, la alimentación de los cinco mil, o los milagros de libramiento, tales como el apaciguamiento del mar. Para el perfeccionamiento de la Iglesia. (Efesios 4:11-13). Asociado muy de cerca con la edificación de la Iglesia esta el propósito eterno de Dios de perfeccionar la Iglesia. Los dones del Espíritu son manifiestos a través de individuos escogidos, apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, maestros y toda persona que se esfuerce a buscar con anhelo creyéndole a Dios. Para que la Iglesia pueda ser hecha perfecta, esto es, que este lista para Su segunda venida.

A un cuando las personas sean cristianos devotos consagrados, siempre existe la posibilidad de que puedan ser descarriados por algún líder, plausible pero engañado' por sí mismo, que llegue a conquistar-su confianza. El pueblo de Dios necesita enseñanza pura, por hombres ungidos por Dios, que puedan discernir entre lo verdadero y lo falso, como dice Pablo en Efesios 4:14.

ALGUNOS DATOS GENERALES ACERCA DE LOS NUEVE DONES DEL ESPIRITU

Los nueve dones del Espíritu caen en tres clasificaciones generales.

Primeramente hay dones de revelación:

1. La palabra de sabiduría.
2. La palabra de ciencia
3. Discreción de espíritus o discernimiento.

En segundo, hay los dones de poder:
1. Fe, fuerza espiritual.
2. Dones de sanidades.
3. Operación de milagros.

En tercera, hay los dones de inspiración: - Profecía.

1. Géneros de lenguas.
2. Interpretación de lenguas.

LOS DONES SE MEZCLAN UNOS CON OTROS
No debe pensarse que los dones del Espíritu son todos definidos claramente los unos de los otros. En realidad operación de los dones en estos tres grupos tienden a confundirse uno dentro del otro, como el espectro de un arco iris. Así, la palabra de ciencia y la discreción de espíritus en realidad es un tipo especializado de conocimientos ocultos. Asimismo, los dones de sanidad son para la liberación del cuerpo humano de enfermedades y males, para sanar los oprimidos por el diablo. Empero, un milagro de sanidad, en el que se requiere la obra creadora, parecería estar clasificado con mayor corrección como la operación de milagros. Ciertamente, levantamiento de los muertos, y el regresar el espíritu humano a un cuerpo muerto esta más allá del alcance de los dones de sanidad; sin embargo, la sanidad esta involucrada. Es evidente que los límites entre los dones no están fuertemente definidos.
Igualmente, aquellas personas familiares con las reuniones Pentecostés observaran con una ocurrencia frecuente, que aquellas personas que interpretan pueden penetrar en el remo del don de la profecía. Los dos dones son similares en operación excepto que con la profecía no hay el hablar en lenguas desconocidas, como con el don de interpretación.

Además, frecuentemente es cierto que dos dones o más operan juntamente en un momento determinado. La palabra de sabiduría y la palabra de ciencia laboran muy juntas. La ciencia es la materia prima, pero debemos tener sabiduría para saber como utilizarla. En 2 Reyes 6, vemos hasta siete de los dones en operación durante una ocasión.

No use los dones desordenadamente es peligroso y es pecado.

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