jueves, diciembre 25

El Perdón

Es esencial para todo verdadero cristiano (Marcos 11.25, 26). Es una doctrina distintiva del autentico Cristiano, y expresión de una experiencia espiritual.

Presupone tres cosas: (1. Que el hombre ha pecado; es desobediente, ha infringido la Ley Divina, pecado); (2. Que ha reconocido su falta y esta arrepentido, Marcos 1.15, arrepentimiento); (3. Que Dios en su amor y en su gracia, ha remitido la culpa y ha puesto el medio para que el hombre reciba el perdón).

El perdón viene a ser, entonces, la fuerza poderosa que remueve el obstáculo espiritual y hace posible que la criatura humana se reconcilie y restablezca su amistad con Dios. La idea básica del perdón cuando se usa en relación con el pecado es la de cancelar una deuda, quitar la barrera y efectuar la reconciliación, a radicar el pecado. Sin el perdón, que solo Dios puede conceder, el hombre está irremisiblemente condenado, a la perdición eterna, por eso el mensaje del perdón es una maravillosa esperanza de vida. En la escritura el perdón aparece asociado con la doctrina de la expiación; esto es la necesidad del sacrificio para vindicar la justicia ofendida de Dios (Levíticos 17.11). En el Nuevo Testamento la muerte de Cristo en la cruz es la garantía Divina del perdón. En quien tenemos redención por su sangre el perdón de pecados según las riquezas de su gracia (Efesios 1.79).

La Escritura afirma ampliamente que es Dios quien perdona (Nehemías 9.17; Daniel 9.9). El Rey David se arrepintió de su pecado, lo confesó a Dios y fue perdonado (Salmo 32; 51). El perdón de Dios incluye el no acordarse más del pecado (Jeremías 31.34), y el sepultarlo en lo profundo del mar (Miqueas 7.9). El Nuevo Testamento declara la autoridad de Jesucristo para perdonar (Marcos 2.10; Hechos 13.3; Colosenses 2.13, 14).

Los verdaderos cristianos deben imitar a Dios perdonándose unos a otros (Efesios 4.32; Mateo 6.14, 15; Marcos 11.25, 26). Por eso también se deben confesar las faltas entre si (Santiago 5.16). Todos los pecados pueden ser perdonados menos uno (Mateo 12.31, 32), pero aquí no se nos dice cual sea esta blasfemia. Es de entenderse sin embargo, que pecado imperdonable es el de la incredulidad cuando el hombre obstinadamente rechaza el testimonio que el Espíritu Santo le da de Jesucristo como el Salvador del alma. La incredulidad cierra la puerta al perdón por que dice la Escritura: el que creyere será salvo (Marcos 16.16).

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